microcuentos: tres versiones de uno mismo

CONSIGNA:

A partir del microcuento que escribieron, realizar tres versiones del mismo, cambiando de género. Por ejemplo, si es de suspenso, escribir una versión cómica, otra romántica y otra fantástica. Tengan en cuenta todo tipo de género: policial, ciencia ficción, terror, de iniciación, naturalista, minimalista, extraño, de hadas, leyenda, infantil, gauchesco, mito, suspenso, romántico, fantástico, cómico, etc.


    Mi microcuento en el que me voy a basar:

    Te vas a dar cuenta, hoy o mañana, que las cosas no son tanto como las pensabas. Vas a abrir los ojos, después de tus ocho horas de sueño, y vas a seguir cansada. Vas a levantarte, un poco mareada, un poco tambaleante, y vas a caminar hasta el baño, donde está el espejo. Te vas a mirar sólo a vos, directo a los ojos, donde no hay nada más que ver además de tu propio yo: te vas a dar cuenta que las cosas no son como lo eran, que tus colores ya no brillan tanto, que estar sola dejó de ser tu propia elección. Sola, como ayer, como hoy, como mañana. Sola, como monje que extraña y extraña, pero no sabe estar acompañada. Dormida (o al menos pretendiendo estarlo, tal vez para lidiar con las cosas como si fueran más sueño que realidad), te sentás en la misma silla de todas las mañanas, de todas las tardes, de todas las noches. Te sentás en frente del libro de tu vida, con tapa negra y hojas amarillentas. Te das cuenta que ese libro, que parece demasiado grueso, demasiado lío, en realidad se siente un poco liviano, un poco chiquito. Lo agarrás (como siempre hacés), lo abrís (como siempre temés), y lo apoyás en la mesa (como nunca querés). Te das cuenta que ese libro que parecía tan pesado en realidad está vacío; te das cuenta que te olvidaste cómo escribir, que en algún momento soltaste la lapicera y ya no te acordás donde la dejaste, que las hojas no siempre fueron amarillas y viejas, que vos misma decidiste dejar que se envejezcan.
    Más tarde, te alejás del libro. Te hace sentir cosas, y esas cosas no se pueden sentir si estás tan sola. Otro día, más temprano, te vas a sentar en esa silla otra vez, vas a agarrar el libro, y te vas a acordar cómo se escribía la 's' y cómo se escribía la 'o' y cómo se escribía la 'l' y cómo se escribía la 'a'—y cuando termines de escribir esa palabra, esa que te atormenta cada día, vas a ver que el estar sola no fue tu propia caída, pero que escribir era tu única salida.



    PRIMERA VERSIÓN: Policial

    El objeto se despierta. Si no me equivoco, todavía es persona de interés, todavía no es sopechosa oficial. La observo desde el edificio de en frente, con nuevos binoculares y viejas ganas de saber qué trae entre sus manos. Aprendí a no parpadear en mi entrenamiento, pero no me hace falta—ya sé lo que va a hacer hoy, así como supe qué iba a hacer mañana. Siempre lo mismo: se levanta, un poco borracha, un poco tambaleante, caminando hacia el baño, donde no hace nada más que pararse. Se mira en el espejo, y la miro en los lentes prismáticos. Siento que no se mira a ella, siento que me mira a mí. Piensa que está sola. No sabe que estoy aquí.
    Inclino el lente hacia el comedor, donde sé que se va a sentar en la misma silla de ayer, en la misma posición que mañana. Y agarra el libro. Abre el libro, la razón de mi vigilancia, con su tapa negra de cuero y sus hojas amarillas de diario. Lo observa y yo la observo. La miro a ella como ella mira su libro, sin saber, sin querer. Y su libro la mira como ella mira su espejo, sin esperanza, sin certeza. Por milésima vez, me pregunto qué tendrá adentro, qué será tan especial como para tener a un agente en cada edificio con vista a sus ventanas, qué estará escrito en él. Me pregunto qué verá en el espejo cuando se mira en la mañana: ¿verá sus ojos cansados, inyectados con el veneno de la noche anterior? ¿Verá la sobra de un libro que la atormenta? ¿Verá el francotirador esperando en la ventana de atrás? ¿Me verá a mí, aunque estoy muy lejos, aunque no me puede ver?
    Pero no tengo respuesta. Cierra el libro, y se aleja.



   SEGUNDA VERSIÓN: Infantil

    No érase una vez ni era en una tierra muy lejana, pero ayer vi a una chica a través de su ventana. Yo caminaba por debajo, en la vereda de esa calle con algodón de azúcar y caramelos por doquier, cuando pasó un avión y vi hacia arriba, y en vez me encontré con esta chica. Decidí quedarme porque estaba cansada de caminar, y me dolía un poco la panza de comer, y la chica (llamémosla Dulce) se despertó tal cual princesa sin deber.
    Abrió los ojos, tal vez con un poco de sueño pero ya de por sí dichosa. Se levantó de su cama, y cada paso parecía fluir con destellos y brillos de vidas pasadas, casi tambaleante con el polvo de hadas que algún día estuvo allí. Caminó hasta el baño, donde se miró en un gran espejo, tal vez recordando estas vidas de cuentos terminados, tal vez pensando en qué podría hacer hoy para hacer a alguien feliz. Y Dulce se sentó en una silla dorada, su propio trono de mañana, abriendo un libro y empezando a leerlo con ganas, tanto que se le pasó el día y ni cuenta se dio. Pensé que algún día me gustaría ser como ella, leyendo hasta la noche, sin preocuparme por ventanas abiertas ni por caminantes chismosos. Pensé que me gustaría saber de qué trata el libro, tan interesante como para no dejarlo en todo el día, tan liviano como para no abandonarlo hasta la noche. Pensé en lo lindo que sería no sentirse solita en ningún momento, estar siempre acompañada por personajes y cuentos que no son nuestros.
    Ese día, caminé a casa y agarré un libro. No lo leí hasta la noche, pero por lo menos avancé un capítulo.



   TERCERA VERSIÓN: Fantástico

    Todavía no lo sabe, pero mañana sabrá qué escribir.
    No la veo porque sigo cerrado, pero sé que está despertando, sé que está caminando. Sé que se mira en el espejo antes de venir a mí, sé que se evalúa a ella misma antes de enfocarse en mí. Mañana va a sentir algo diferente, porque así lo quiso el destino, porque así lo quise yo. Mañana sentirá algo diferente, porque todo lo será.
    Me abre y la veo, y ya no sonríe y ya no me quiere, pero yo todavía espero. Porque, aunque ayer no me veía y hoy no se decida, mañana no estará sola, mañana no estará dolida. Mañana me convierto en ella y ella se convierte en mí, porque se cansa de esperar a que el mundo le dé una lapicera nueva y decide hablar en vez de escribir. Hoy no serán suficiente mi tapa negra o mis hojas amarillas, pero mañana faltarán las lágrimas y sobrarán las sonrisas. Mañana no habrá tiempo para que los ojos de veredas chusmas y ventanas espías se den cuenta de lo que va a pasar, porque ella será yo y yo seré ella y entre los dos nos vamos a complementar. Hoy estoy vacío, hoy no escribe en mí. Pero, ¿mañana? Mañana la historia no será así.




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