consigna de cuentos: sobre explosivos y gatos negros

 CONSGINA:

Escribir un cuento, que incluya: 1 objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona.


Es medianoche, y todavía no explota nada. Tengo el libro en mis manos, ese con páginas llenas de garabatos que  no entiendo y jeroglíficos extintos, ese que me trajo al campo en el medio de la nada, en el medio de la noche. Está abierto en la página 138, y mis ojos cansados se tratan de enfocar en el final de la hoja, donde veo un gato con la boca abierta y un hombre bajito con la cabeza agachada. Miro a mi lado: ahí está Colmillos, el perro negro que agarre de la cola para que venga conmigo, porque fue lo más parecido a un gato negro que encontré, porque al menos tiene cuatro patas y dientes con brillo. También está la figurita de Ant-Man que le robé a mi hermana, porque era lo primero que vi que se parecía a un hombre bajito, porque mis amigos a veces se burlan de él por ser tan enano.

Entonces, libro abierto, perro negro que puede pasar por gato si cerramos un poquito los ojos, y figurita chiquita que se rinde como enano. ¿Qué me falta? Ah, ¡el escarbadientes! No es un cuchillo, como muestra el jeroglífico en el libro, pero por lo menos es un poquito filoso, ¿no? Sirve, sirve. Me siento tildado. No pasa nada, ya no tengo tiempo para buscar la espada de Narnia que me regalaron para mi cumple, ya estoy muy lejos para agarrar el sable de Star Wars. ¿Cómo no pensé en el sable? ¿Por qué agarré el escarbadientes? Es tan chiquito que tengo que ponerlo entre las hojas del libro para no perderlo, pero sirve, sirve, va a servir. Tiene que servir. Sirve, ¿no?

Le doy vueltas al reloj de mi abuelo, porque así me dijo el gato, porque así está dibujado. O tal vez está sólo tocando el reloj como decoración, tal vez no tengo que cambiar nada. Lo cambio igual. Es un reloj que ya ni funciona, un reloj que hace "CUCU" como pájaro loco a cualquier hora, un reloj que marca las doce cuando son las cuatro y te grita que te despiertes cuando apenas te vas a dormir. Pero no importa, porque el gato dice que así funciona, y yo le creo al gato, porque sino no tengo en qué creer.

Nada explota. Pero el gato no me dijo que hacer con el espejo, y mi mamá me mata si lo rompo. No lo puedo romper, ¿no? Mamá se enojaría mucho. Demasiado. No me perdonaría más... Lo trato de romper con el escarbadientes, pero cuando empieza a ceder lo dejo entre las hojas del libro y le pego un puñetazo. Se rompe un poquito, pero no sale ningún pedazo—agarro el libro y le doy con la esquina, le doy y le doy hasta que se rompe y un cristal sale del marco, y el reflejo que me mira a los ojos ya no está cansado, ya no está tildado. Esto va a funcionar.

Pero se hace la una de la mañana, las dos, las tres. Se hacen las cuatro y todavía no funciona. Se hacen las cinco y no pasa nada, el gato no maúlla, el perro se está cansando de esperarme, Ant-Man me juzga desde su baja estatura, las hojas del libro tiemblan con el viento y creo que me senté en un pedazo de vidrio que me está haciendo doler. Igual espero, porque confío en el gato. El gato no me va a fallar, aunque no le traje un amigo, le traje un perro.

Justo cuando empiezo a creer que mañana tengo que volver con el gato del vecino y la espada de Narnia (es mejor que el sable, se ve más real), una lucecita sale del libro, justo desde donde clavé el escarbadientes en el ojo del gato negro. La luz se hace cada vez más brillante, cada vez más cegadora. Colmillos se despierta de nuevo y mueve su cabeza al costado, como preguntando: "¿y ahora?" Ya no es medianoche y creo que Ant-Man tiene un poco de espejo en su armadura y el reloj hace CUCU y el escarbadientes se separa, ramita por ramita. Me siento más derecho, y ya no estoy cansado, ya no estoy tildado.

Y, de repente, todo explota.




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