microcuento sobre "monje: ayuda de escritorio"

CONSIGNA:

Ver de nuevo el video "Monje - ayuda de escritorio": escribir un cuento breve o microcuento en el que aparezca un monje, un libro, que se utilice la 2° persona desde el Narrador, y se use la temporalidad y el sistema verbal en Futuro, en Imperativo o en Subjuntivo. Si se entusiasman, pueden escribir más de un microcuento. Por ejemplo: "Despertarás con el libro en la mano. Junto al monje dormido, todavía seguirá allí el dinosaurio". (reescritura del microcuento de Augusto Monterroso "El dinosaurio"). 


    Te vas a dar cuenta, hoy o mañana, que las cosas no son tanto como las pensabas. Vas a abrir los ojos, después de tus ocho horas de sueño, y vas a seguir cansada. Vas a levantarte, un poco mareada, un poco tambaleante, y vas a caminar hasta el baño, donde está el espejo. Te vas a mirar sólo a vos, directo a los ojos, donde no hay nada más que ver además de tu propio yo: te vas a dar cuenta que las cosas no son como lo eran, que tus colores ya no brillan tanto, que estar sola dejó de ser tu propia elección. Sola, como ayer, como hoy, como mañana. Sola, como monje que extraña y extraña, pero no sabe estar acompañada. Dormida (o al menos pretendiendo estarlo, tal vez para lidiar con las cosas como si fueran más sueño que realidad), te sentás en la misma silla de todas las mañanas, de todas las tardes, de todas las noches. Te sentás en frente del libro de tu vida, con tapa negra y hojas amarillentas. Te das cuenta que ese libro, que parece demasiado grueso, demasiado lío, en realidad se siente un poco liviano, un poco chiquito. Lo agarrás (como siempre hacés), lo abrís (como siempre temés), y lo apoyás en la mesa (como nunca querés). Te das cuenta que ese libro que parecía tan pesado en realidad está vacío; te das cuenta que te olvidaste cómo escribir, que en algún momento soltaste la lapicera y ya no te acordás donde la dejaste, que las hojas no siempre fueron amarillas y viejas, que vos misma decidiste dejar que se envejezcan.
    Más tarde, te alejás del libro. Te hace sentir cosas, y esas cosas no se pueden sentir si estás tan sola. Otro día, más temprano, te vas a sentar en esa silla otra vez, vas a agarrar el libro, y te vas a acordar cómo se escribía la 's' y cómo se escribía la 'o' y cómo se escribía la 'l' y cómo se escribía la 'a'—y cuando termines de escribir esa palabra, esa que te atormenta cada día, vas a ver que el estar sola no fue tu propia caída, pero que escribir era tu única salida.



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