- Tomás estaba lejos. Tan solito, tan solitario, tan lejano que se sentÃa como un extranjero en su propio cuerpo. Cuando pasaba por un espejo, no veÃa los mismos ojos brillantes que le solÃan devolver la mirada, ni el gesto levemente torcido de la sonrisa que habÃa heredado de su mamá. No veÃa más sus mejillas rojas después de volver de una caminata en el bosque (porque ya no salÃa de la cama) ni veÃa su boca moviéndose mientras entonaba el coro de su canción favorita (porque ya no cantaba). Tomás se estaba desvaneciendo, se estaba alejando de sà mismo. A veces sentÃa que podÃa ver toda su vida adelante suyo, y no le gustaba lo que veÃa. Otras veces sentÃa que podÃa moverse, que podÃa levantarse, que podÃa hacerse unas tostadas y pasear entre los árboles y cantar esa canción que tenÃa pegada en la cabeza hace dÃas—pero nunca lo hacÃa. Tomás estaba lejos, en un estado perpetuo de disociación con su propio ser, y ninguna taza de café podÃa despertarlo. Algunos dÃas, cuando dejaba de llorar y su cabeza se sentÃa más encendida, se acordaba de cuánto le gustaba hablarle al espejo, sacarse las mantas de encima y salir de la cama; esos dÃas, casi siempre cuando llovÃa, Tomás encontraba la fuerza por diez segundos para arrastrarse al patio y dejar que las gotas caigan en su cara. Esos dÃas, recordaba cuando el cielo era el que lloraba.
- Aclaración para la consigna de la esquina del barrio: A finales de mayo, me mudé de Capital Federal (del departamento del que hablé en mi diario de mayo) a la casa de mi familia en Neuquén, donde vivÃa antes de empezar la facultad. Esta mudanza, decidida por miedos a quedarme encerrada en fase uno en un lugar donde estoy sola, dificulta esta consigna, y querÃa aclarar eso antes de seguir adelante con este diario.
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