Les propongo que lean la entrada del 15 de marzo, que aparece reproducida en el PDF con las imágenes de la clase, y que, siguiendo el razonamiento que se despliega en ese texto, traten de responder argumentativamente las preguntas que se plantean sobre el final.
En la entrada del 15 de marzo del filósofo Franco "Bifo" Berardi, expresa sus pensamientos dudosos acerca de las consecuencias que la pandemia tendrá en la humanidad una vez que termine. Bifo se pregunta: "¿no tenderemos quizás a identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas transformadas en recuerdo de un perÃodo desgraciado y solitario?" Él pregunta, sobre todo: "¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo?"
Lo cierto, al menos a mis ojos, es que hay una conexión psicológica que será imposible de evitar una vez que se dé por terminada teóricamente la pandemia del coronavirus. Creo que serÃa inevitable, creo que serÃa egoÃsta e impracticable pedirles a nuestros cerebros que no asocien la vida en una pantalla al virus que nos va quitando más de un año de normalidad—pero, por otro lado, dicha "normalidad" ya se adaptó a cómo vivimos. Tal vez el 15 de marzo, Bifo no se veÃa venir la realidad en la que vivimos ahora, pero es innegable el hecho de que muchos ya dejamos de esperar reuniones más allá de los casilleros de Zoom y ya nos acostumbramos (aunque muchos a regañadientes) a que las cámaras se tilden y los micrófonos se entrecorten. Asà que, sÃ: probablemente una vez acabada la pandemia vayamos a identificar en parte al aspecto online de la tecnologÃa con enfermedad, pero también estamos identificando la mayor parte de la vida cotidiana con esa enfermedad, no solamente nuestras computadoras.
En cuanto a lo de apagar pantallas y los jóvenes apreciando más la vida fuera del sÃmbolo del virus tecnológico, creo que puede suceder y también puede no suceder. Después de los primeros tres meses de pandemia, viviendo en la capital de Neuquén, yo salà por primera vez de mi departamento (una vez que estaba permitido) para pasear a mi perra, y casi me largo a llorar (ese "casi" es un intento de disimular el hecho de que sÃ, indiscutiblemente, me largué a llorar) por estar lejos de las pantallas y poder abrazar árboles una vez más. Lo disfruté por dÃas, semanas y meses... y después me acostumbré, y quise volver a mi computadora. No dejé de abrazar árboles ni de acariciar pasto ni de pasear a mi perra, pero tampoco asociaba ya a la pantalla de GoogleMeet con una cama en el hospital. Lo cierto es que somos criaturas adaptables que se van acostumbrando a lo que tenemos en frente, algunos más rápido que otros. Y sÃ, puede ser que en un principio apaguemos nuestros celulares y lloremos abrazándonos y bailemos descalzos en el patio, pero eventualmente los celus se van a prender, las lágrimas van a parar, y la lluvia en el suelo se va a secar. Y eso no significa que esté mal, mientras encontremos un equilibrio entre no perder la cabeza por las pantallas y la pandemia, ni olvidarnos de cómo se sintió estar alejados y encasillados por una camarita.
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